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Nephilim
Una
raza antigua mencionada en los evangelios de Enoch, en el
capítulo 6 del Génesis puede leerse:
Los descendientes
de Set se descarriaron y se casaron con las "Hijas de los
hombres" basando su elección sólo en la apariencia, estos
matrimonios dieron a luz los híbridos Nephilim descendientes
de Ángeles y mortales, estos demonios que invadieron la
tierra tenían cuerpos angélicos y capacidades para tener
relaciones sexuales con mujeres, el resultado fue una lucha
Satánica para destruir a la humanidad, todo esto sucedió
antes de la descripción del Diluvio y Sodoma y Gomorra.
Debe además
señalarse que la palabra hebrea Nephilim es traducida por
Gigantes y significa "Los Caídos", Esta es una extensión
dramatizada de la creencia común de que eran "Ángeles Caídos",
y esto es lo que Eckhardt pretende de nuevo despertar para
gobernar el mundo y lograr su inmortalidad.
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Ángeles
Caídos
¿Qué sucede cuando un ángel
desciende del cielo asume una existencia terrenal? Un desastre.
El Midrash cuenta que en los años previos al Diluvio, cuando
el crimen y la promiscuidad saturaban la tierra, dos ángeles,
Shamjazi y Azael, suplicaron ante el Omnipotente: "¡Permítenos
morar entre los humanos, y santificaremos Tu Nombre!" Pero
tan pronto ambos seres celestiales entraron en contacto
con el mundo material, también se corrompieron.
Es de estos ángeles caídos,
y sus descendientes, de quienes habla la Torá cuando dice
que "había Nephilím ["caídos" y "gigantes"] sobre la tierra
en esos días... los hombres supremos tomaron mujeres mortales,
quienes les dieron hijos; estos fueron los poderosos hombres
de antaño, quienes derribaron el mundo". Los misioneros
celestiales, que vinieron para redimir a la humanidad de
la maldad terrenal, cayeron, ellos mismos, presa de sus
tentaciones -no estaban por encima de robar novias de debajo
del palio nupcial y jugaron un rol principal en el desmoronamiento
y la destrucción de su sociedad adoptiva.
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Gigantes
en Tierra Santa
Los
Nephilím emergen unos novecientos años después, cuando el
pueblo de Israel, catorce meses tras su éxodo de Egipto,
está a punto de ingresar a la tierra que les fuera prometida
como patrimonio eterno. A pedido del pueblo, Moshé envió
doce espías a explorar la Tierra Santa. Cuarenta días después,
estos doce hombres -cada uno líder de su tribu- regresaron,
severamente divididos. Diez de ellos son categóricos en
su juicio que mejor harían los judíos si se quedaran donde
están, acampando en el desierto, pues cualquier intento
de conquistar esta tierra y radicarse en ella está condenado
al fracaso. "Llegamos a la tierra a la que nos has enviado",
dijeron, "y, en efecto, fluye en ella leche y miel... Pero
poderosa es la nación que mora en la tierra, y las ciudades
son fortificadas y enormes. Vimos gigantes allí...".
Sólo dos de los espías -Calev
de la tribu de Iehudá, y Iehoshúa de la de Efráim- insistieron
en que los judíos deben, y pueden, proceder con el imperativo
Divino de entrar a la tierra. Si DIOS nos redimió de Egipto,
exclamó Calev, si El partió el Iam Suf para nosotros, si
El hizo llover maná desde los cielos para mantenernos, ¿puede
verse impedido por fortalezas y gigantes? Si El nos ordenó
tomar y colonizar la tierra, triunfaremos. En este momento,
los diez espías dieron su golpe de gracia: "No. No triunfaremos...
Es una tierra que consume a sus colonizadores... Vimos allí
a los Nephilím, los descendientes de los gigantes, los caídos".
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Idilio
de Desierto
Estos diez hombres, todos
líderes de Israel, no dudaron de la capacidad de DIOS de
realizar milagros. Con Su palabra mares se parten, fortalezas
se desmoronan y gigantes huían aterrados. Dudaron de su
propia capacidad de sobrevivir como pueblo terrenal. Por
más de un año ahora, habían vivido una existencia totalmente
espiritual. Pan del cielo los mantenía y una roca milagrosa
producía su agua; "nubes de gloria" los protegían del calor,
el frío, las flechas enemigas y los escorpiones, y orientaban
y allanaban su camino por el desierto. Libres de toda preocupación
material, se sumergieron en la sabiduría Divina recientemente
revelada a ellos en la Torá.
Ahora, se les estaba pidiendo
que dejaran atrás su paradisíaco desierto, adiestraran un
ejército y poblaran la tierra, para obtener pan terrenal
de su suelo mundano. ¿Y con quién se encuentran allí, en
esta tierra de leche y miel materiales, sino con los ángeles
caídos, ángeles que sobrevivieron el Diluvio pero no sobrevivió
la tierra? Es una tierra que consume a sus colonizadores,
argumentan los diez espías. Si estos seres celestiales no
pudieron sobrevivir la zambullida en la mundanalidad, ¿qué
puede esperarse de nosotros, mortales y frágiles hombres?
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Hombre
Deseado
Pero los hombres no son ángeles.
Totalmente espíritu, el ángel se disuelve al contacto con
la tierra. Pero el ser humano, cincelado de espíritu y materia,
es una síntesis de lo celestial y lo animal; el hombre está
facultado para hacer cielo en la tierra, para hacer de "santa"
un adjetivo para "tierra". El hombre, no el ángel supremo,
es la corona y ápice de la creación de DIOS. Es él quien
concreta el propósito de DIOS en la creación, el deseo Divino
de "una morada abajo". "El deseo de DIOS está con nosotros",
dijeron Iehoshúa y Calev al pueblo. Es para servir al deseo
Divino -el deseo que es fuente y esencia de la creación-
que El nos ha hecho de la tierra, y nos ha dado esta tierra.
Pues somos nosotros quienes poseemos la capacidad de domesticar
la tierra material y construir de ella una morada para DIOS,
una morada receptiva a su presencia.
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